Una vez en el ‘99
(Francisco A. Reyes Salas)
I
“…El
estado de Veracruz ha sido declarado Zona de Desastre… Varias comunidades han
quedado incomunicadas… Se ha activado ya el Plan DN-III…
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…Siga
las instrucciones del Ejército Mexicano y protección civil, ellos le conducirán
al albergue más cercano…
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…Las
operaciones de rescate se están realizando en estos momentos en las regiones
afectadas por el desbordamiento de los ríos en toda la entidad…
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…Si
usted no se encuentra en zona de riesgo no salga, para no entorpecer las
acciones de rescate…
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…Si
no encuentra a su familiar, lo más probable sea que se encuentre ya a salvo en
algún albergue, los siguientes teléfonos estarán disponibles para información…
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…Se
ha suspendido el servicio eléctrico en algunas zonas por seguridad…
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Todo
era un desastre, cada cosa que por la radio se escuchaba narraba la tragedia. Era
5 de octubre del año 1999. Desde hacía tres días no paraba de llover, mi
familia debía estar muy preocupada por mí seguramente. Mi guardia en el pozo
había terminado, pero no podía irme; todo estaba bloqueado por una cantidad
indescriptible de agua.
Éramos
3, pero mis dos compañeros salieron a buscar comida desde temprano y ya no
regresaron; seguramente la creciente del arroyo ya no los dejó pasar. Todo fue
tan de repente.
No
había visto al día oscurecer de esa manera desde el eclipse pasado1,
tenía un aspecto espeluznante, era el ambiente ideal para una película de
terror. De verdad que daba miedo, pero no iba a quedarme quieto. Tenía que
llegar a mi casa. Tenía que ver la manera de llegar hasta Poza Rica.
II
En mí
niñez, mi padre me contaba del diluvio universal. Decía que en ese entonces las
personas se habían convertido en seres malos y violentos. Habían perdido el
camino del bien y la confianza de su Dios, que habían convertido al mundo en un
infierno, por lo que se debía hacer una limpia y recomenzar desde cero. Pero en
mi mente infantil jamás me lo imaginé de esta terrible manera.
La
corriente era de color del lodo y la suciedad que arrastraba eran restos de escombros,
ramas, vacas, caballos, gallinas... No estoy muy seguro, pero en algún momento
de mi exaltación me pareció ver incluso algún cuerpo humano sobre la corriente.
Los
árboles, parecían seres moribundos clamando ayuda ante aquella mostruosidad en
la que se habían convertido las tranquilas aguas de un simple arroyuelo, ¿Quién
había ofendido a la naturaleza para que nos golpeara de tal manera?, porque
esto seguramente no era nada menos que una fatal venganza.
El
agua gruñía en su arrastre. Sapos y ranas festejaban el temporal. Una gran
banda de tambores parecía tocar desde las negras nubes del cielo y una ligera llovizna
empapaba todo cuanto tocaba.
Metí
todas mis cosas a la mochila y con lámpara en mano emprendí el camino por donde
pude, con el solo objetivo de encontrar un paso libre hacia el otro lado del
arroyo. Era difícil caminar entre el agua y con el lodo adherido en las botas,
el camino era inestable y resbaloso, hacía frío, caí más de una vez al suelo
por subestimar la profundidad de algún charco, otras por las yerbas silvestres
enredando mis pies, algunas más por simple cansancio.
No sé
cuánto caminé, miré mi reloj de pulsera, con tanta humedad tal vez la hora ya
no era confiable. Marcaba las 18:30. A cada paso la oscuridad se acentuaba, en
eso encontré un árbol, una de sus ramas se extendía sobre el agua, la cual se
inclinaba desde la otra orilla a un metro y medio de mí. Sin pensarlo tanto,
retrocedí con el objetivo de agarrar vuelo, traté de concentrarme para
aprovechar la poca fuerza que aún me quedaba y… ¡Allá voy! Volando sobre un
infierno líquido y frio que acechaba. Logré apenas alcanzar la rama, pero mis
pies fueron arrastrados al quedar sumergidos entre la corriente, hundiéndome al
instante; un tronco fue al que pude asirme y mantenerme a flote, chocando
repetidamente contra otros desechos mientras era arrastrado por el agua.
Me
solté varias veces por los golpes en mi cuerpo, dolía, pero fue en ese momento
cuando sentí deveras amar la vida y me aferré a ella materializada en cada tronco,
cada rama y demás escombros que alcanzaba. Uno siempre percibe a la muerte como
ajena, nunca se piensa en la propia, hasta que se ve de cerca. Y vaya que no
solo la vi, la sentí llegar lentamente en cada golpe y la saboreé en cada trago
de agua puerca, quería abrir los ojos, pero en el constante hundirme y salir a
superficie, solo me resumía a tratar de no soltarme más y seguir respirando.
En el
transcurso algo se enredó en mis pies, tal vez la maleza en el fondo; y me
hundí sin resistencia, sin fuerzas. Sentí muy dentro de mí que era el fin, pues
a pesar de que la misma corriente me hizo soltarme de lo que me sostenía por
los pies, ya no podía más. Me abracé a un último tronco, pude abrir un poco los
ojos en ese instante y lo único que recuerdo haber visto, son los colmillos
dentro de las enormes fauces de alguna bestia que me tragaba de un bocado y
oscurecía por completo mi alrededor. Sentí mucho temor de que aquello, de
pronto comenzara a masticar y a engullir poco a poco mí ser, pero solo fue un
viaje largo y raro, apretado entre aquellas fauces, pero sin lastimarme,
respirando como si estuviera en una burbuja de aire en medio del agua. No se
veía nada, solo sentía el movimiento ondulatorio del nado de aquello que me
llevaba en su boca.
No
creo en monstruos o bestias como los dragones, pero ¿Cómo explicar lo que me
estaba ocurriendo? ¿Sería que nada de esto estaba pasando? ¿Sería solo un
delirio antes de la muerte? Y tratando de darme una respuesta, la debilidad y
el sueño me vencieron.
III
Me
despertó un canto raro, no tan lejano, pero tenue. Poco a poco mis ojos se
acostumbraron a la claridad, el interior de un chamizo de tarro con techo de
palma y el dolor de un cuerpo totalmente maltratado me daban los buenos días. El
clima era fresco y el olor de lo que se cocinaba en una olla sobre una hoguera
provocó una fiesta en mi estómago. Las tripas me gruñían de hambre.
Me
levanté despacio y con mucho trabajo del petate donde me encontraba, hasta
quedar sentado; recordé mis días de sparring. Quité la manta que me cubría y me
descubrí desnudo, empapado de algún líquido viscoso, con restos de yerbas y
olor desagradable. Rápidamente busqué por todas partes de mi intimidad alguna
rara sensación, mas todo estaba bien y en su lugar. De nuevo me envolví en la
manta, me puse en pie y caminé despacio hasta la puerta. Entonces la vi. Cantaba
en un extraño lenguaje, de espaldas, de brazos abiertos y cara a las alturas.
Hermosa y brillante piel morena, una cascada de cabellos negros hasta la
cintura, desnuda y descalza. Aquello era el paraíso. -Seguramente estoy muerto y ella es un ángel a mi cuidado -pensé.
Afuera
había una gran selva, de un verde magnífico difícil de explicar. Frondosos árboles
que el viento mecía delicadamente. Algo transmitían en su vaivén; algo como la
paz, como cierta felicidad. Animales de tierra y cielo por todos lados. Un lago
enorme.
Algo
de pronto me hizo recapacitar: -Yo no soy
en realidad el tipo de persona que llegaría directo a ese lugar después de la
muerte. Siendo sincero, esperaría oler
el azufre y escuchar los gritos de tormento. Pero si no es el paraíso, ¿Dónde
me encuentro?
Con
mucho bochorno, aguantando el pudor y la dolencia, caminé hasta donde se
encontraba este ser y con la yema de mis dedos toqué uno de sus hombros, la
sensación fue rara, como tocar el barro suave en una alfarería. Cuando volteó
hacia mí, pude mirar sus ojos negros con ese brillo azul marino a contra luz.
Reafirmé su belleza y me quedé estático, estúpidamente nervioso ante su desnudez
húmeda y fresca; ante aquella mirada cálida y penetrante; ante esa sonrisa
dulce que me decía:
-Bienvenido a casa hijo mío.
-¿Quién eres? -pregunté-¿Dónde me encuentro?
-Yo soy la fertilidad. Soy el principio y el
fin. Soy tu madre y haz llegado hasta aquí para renacer de mí. Yo soy la Tierra -dijo-
la Madre Tierra.
IV
La
nostalgia abordó mí ser y con el pensamiento regresé en el tiempo, recordando al
abuelo, el viejo sabio de ojos serenos, de huarache y pantalón de manta. Que después
de una larga jornada de trabajo, llegaba a su jacal los fines de semana,
prendía la fogata y asaba los elotes, producto de su siembra. Llamaba a todos
sus nietos a sentarnos junto a él, forjaba un tabaco y comenzaba su narración
maravillosa. Historias que pasando de generación en generación, llegaban en ese
instante hasta nuestros oídos, después de un largo viaje. Y entre esas
historias, había una en particular sobre un antepasado, que hasta ese momento llegué
a comprender…
“…Una vez, cuando aquel lejano
antepasado era joven aún, andando de caza, se fue internando cada vez más en la
selva, alejándose de zona conocida, obsesionado por cazar a un venado que seguía
y que no dejaba de moverse después de un par de horas. Tal fue su descuido por aquel
animal, que de pronto se sorprendió perdido. Todo era árboles y monte
desconocido, nada familiar. Cuando quiso ubicar de nuevo al venado, tampoco lo
encontró y comenzó a caminar, hacia donde su instinto y experiencia le
indicaban, que era la salida de aquella maleza.
Caminó
por un largo rato, sudando a mares, debido al fuerte calor que hacía, hasta que
se dio cuenta de que siempre llegaba al mismo tronco marcado por su machete. Estaba
caminando en círculos. Checó su aguaje. No quedaba más agua y los mosquitos
eran insoportables. Decidió tomar otra dirección, pero fue inútil, seguía
llegando al mismo lugar. Ya cansado, entre maldiciones reclamó, gritando hacia
todos lados, a quién o lo que fuera que le estaba jugando una broma tan pesada.
De inmediato, escuchó unos pesados pasos desquebrajar la hierba y ramas secas
del suelo, cada vez más cerca, abriéndose paso entre la maleza.
Al
oír esto, el joven preparó su rifle y se escondió tras el tronco del árbol más grande
y cercano, al asomarse, buscando contacto visual con lo que fuese aquello, no
creía lo que veía. Ante él apareció un hombre de taparrabo, de gran tamaño y
fortaleza; lanza en mano, perfil indígena. Su piel morena rojiza, estaba cubierto de líneas de tierra o tizne color
blanco, que formaban figuras por todo su cuerpo. Su cara tenía un aspecto duro.
Un aro había en su nariz. En sus orejas tenía perforaciones, rellenas con
objetos cónicos y circulares de piedra y barro. El cabello trasquilado, con
partes de largo sostenido en trenza. Su cuello portaba collares brillantes y
coloridos. Era un gigante que le doblaba la estatura. El cazador quedó inmóvil.
Involuntariamente su mano derecha soltó
el rifle. De pronto quiso reaccionar con intención de sacar el machete, pero el
gigante estiró la mano y le ofreció un aguaje con agua fresca, el joven lo
recibió y bebió hasta dejarlo sin una gota. Aquel ser dio media vuelta y comenzó
a caminar, al notar que el cazador no lo seguía, volteó y con la mirada le señaló
que emprendiera el camino detrás de él. Sin saber realmente por qué, así lo
hizo.
Se
internaron en una cueva y caminaron cerca de una hora más, la piedra en la punta de la lanza
del gran hombre parecía tener luz propia y con ella se alumbraba el camino. El
ambiente se refrescaba a cada paso. En las paredes podía contemplarse algún
tipo de pintura rupestre, formas de animales y gente, esculturas raras e ídolos
saliendo de la roca, manos grabadas y símbolos que el joven no comprendía.
Al
final del pasaje todo era claridad y frescura, fue como salir a un mundo
completamente diferente. Un sol cálido. Había animales de todo tipo, ¡Demonios!
El abuelo obsesionado con un venado y ahí había cientos de ellos. Árboles que
parecían tocar el cielo, un cielo totalmente limpio, frutos enormes y en gran
cantidad; entre la arboleda, pirámides, gente y más pirámides; una gran plaza y
chozas a la orilla de un lago enorme y cristalino, multitud de animales marinos
de colores brillantes. Aves con plumaje multicolor abrían las alas y cantaban
sus trinos. Más hombres y más mujeres, grandes y de piel morena, como aquel al que
siguió hasta allí. Todos mirándole curiosos.
La
multitud comenzó a abrir paso a quien parecía ser el anfitrión, que avanzaba
poco a poco hasta llegar al frente. No era él, era ella. Al parecer, la misma
que se encontraba ahora frente a mí.
El
abuelo cuenta que aquel joven cazador regresó a su hogar con una conciencia más
clara del mundo y su naturaleza, logrando comprender el por qué, desde nuestros
antepasados, se enseña que cada vez que se siembra, se cosecha, se caza o se
toma algo de la naturaleza, debía pedirse antes permiso a La Madre Tierra y
consumado el hecho, dar las gracias, no por reverencia o idolatría, sino por
respeto a quien nos da vida, casa y comida”.
V
Pasé
varios días en ese lugar, hasta que sané por completo. La Madre Tierra me
despidió una mañana, enviándome de nuevo
a casa dentro de una serpiente gigante, la misma que me había traído hasta este
lugar. Entré al lago y cuando el agua llegaba por encima de mi cintura, la
bestia abrió sus enormes fauces para colocarme dentro de ella. Se sumergió en
el lago y de pronto, como si pasase un agujero de gusano2, en unos
minutos ya me encontraba en la orilla del rio Cazones, todavía crecido. Como si
en realidad solo hubiese estado ausente de esta realidad unas cuantas horas.
Me
dejó frente al fraccionamiento Las Gaviotas, desde ahí le miré alejarse, nadar
un poco sobre la superficie del rio y después hundirse. Supe después por las
noticias que no fui el único que vio este espectáculo.
La
mitad de la Calle del Río había desaparecido. Las calles estaban repletas de
lodo y suciedad, daba tristeza ver a las personas sucias, tratando de rescatar
algo de sus pertenencias, todo lo que con esfuerzo habían podido obtener a lo
largo de los años, lo habían perdido en unos cuantos días en todo el estado.
“Aquella
mujer me enseñó que somos tan solo una pequeñísima parte de un gran sistema.
Que el ser humano, sin dar cuenta de ello nace, crece y muere buscando el bien
material, el avance tecnológico, la vida eterna, el perfeccionismo inexistente; buscando maneras de justificar su existencia y realmente
observando muy poco más allá de su nariz.
Me explicó que las antiguas
civilizaciones no desaparecieron, como se piensa. Fueron pueblos enteros
elegidos, con un gran conocimiento de la naturaleza y el equilibrio que guarda
cada cosa de este universo; para ser resguardados hasta aquel lugar en las
entrañas del planeta. Y que solo esperan el día en que el hombre que vive en el
exterior, termine con su propia existencia, para salir y volver a poblar la
tierra. A renacer, como yo”.
2Física. Puente de Einstein-Rosen. Hipotética
característica topológica de un espacio-tiempo, descrita en las ecuaciones de
la relatividad general, que esencialmente consiste en un atajo a través del
espacio. https://es.wikipedia.org/wiki/Agujero_de_gusano