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viernes, 29 de abril de 2016

UNA VEZ EN EL '99














Una vez en el ‘99
(Francisco A. Reyes Salas)














I

“…El estado de Veracruz ha sido declarado Zona de Desastre… Varias comunidades han quedado incomunicadas… Se ha activado ya el Plan DN-III…
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…Siga las instrucciones del Ejército Mexicano y protección civil, ellos le conducirán al albergue más cercano…
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…Las operaciones de rescate se están realizando en estos momentos en las regiones afectadas por el desbordamiento de los ríos en toda la entidad…
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…Si usted no se encuentra en zona de riesgo no salga, para no entorpecer las acciones de rescate…
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…Si no encuentra a su familiar, lo más probable sea que se encuentre ya a salvo en algún albergue, los siguientes teléfonos estarán disponibles para información…
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…Se ha suspendido el servicio eléctrico en algunas zonas por seguridad…
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Todo era un desastre, cada cosa que por la radio se escuchaba narraba la tragedia. Era 5 de octubre del año 1999. Desde hacía tres días no paraba de llover, mi familia debía estar muy preocupada por mí seguramente. Mi guardia en el pozo había terminado, pero no podía irme; todo estaba bloqueado por una cantidad indescriptible de agua.
Éramos 3, pero mis dos compañeros salieron a buscar comida desde temprano y ya no regresaron; seguramente la creciente del arroyo ya no los dejó pasar. Todo fue tan de repente.
No había visto al día oscurecer de esa manera desde el eclipse pasado1, tenía un aspecto espeluznante, era el ambiente ideal para una película de terror. De verdad que daba miedo, pero no iba a quedarme quieto. Tenía que llegar a mi casa. Tenía que ver la manera de llegar hasta Poza Rica. 


1 Eclipse total de sol (México, 11 de julio de 1991)






II

En mí niñez, mi padre me contaba del diluvio universal. Decía que en ese entonces las personas se habían convertido en seres malos y violentos. Habían perdido el camino del bien y la confianza de su Dios, que habían convertido al mundo en un infierno, por lo que se debía hacer una limpia y recomenzar desde cero. Pero en mi mente infantil jamás me lo imaginé de esta terrible manera.
La corriente era de color del lodo y la suciedad que arrastraba eran restos de escombros, ramas, vacas, caballos, gallinas... No estoy muy seguro, pero en algún momento de mi exaltación me pareció ver incluso algún cuerpo humano sobre la corriente.
Los árboles, parecían seres moribundos clamando ayuda ante aquella mostruosidad en la que se habían convertido las tranquilas aguas de un simple arroyuelo, ¿Quién había ofendido a la naturaleza para que nos golpeara de tal manera?, porque esto seguramente no era nada menos que una fatal venganza.
El agua gruñía en su arrastre. Sapos y ranas festejaban el temporal. Una gran banda de tambores parecía tocar desde las negras nubes del cielo y una ligera llovizna empapaba todo cuanto tocaba.
Metí todas mis cosas a la mochila y con lámpara en mano emprendí el camino por donde pude, con el solo objetivo de encontrar un paso libre hacia el otro lado del arroyo. Era difícil caminar entre el agua y con el lodo adherido en las botas, el camino era inestable y resbaloso, hacía frío, caí más de una vez al suelo por subestimar la profundidad de algún charco, otras por las yerbas silvestres enredando mis pies, algunas más por simple cansancio.
No sé cuánto caminé, miré mi reloj de pulsera, con tanta humedad tal vez la hora ya no era confiable. Marcaba las 18:30. A cada paso la oscuridad se acentuaba, en eso encontré un árbol, una de sus ramas se extendía sobre el agua, la cual se inclinaba desde la otra orilla a un metro y medio de mí. Sin pensarlo tanto, retrocedí con el objetivo de agarrar vuelo, traté de concentrarme para aprovechar la poca fuerza que aún me quedaba y… ¡Allá voy! Volando sobre un infierno líquido y frio que acechaba. Logré apenas alcanzar la rama, pero mis pies fueron arrastrados al quedar sumergidos entre la corriente, hundiéndome al instante; un tronco fue al que pude asirme y mantenerme a flote, chocando repetidamente contra otros desechos mientras era arrastrado por el agua.
Me solté varias veces por los golpes en mi cuerpo, dolía, pero fue en ese momento cuando sentí deveras amar la vida y me aferré a ella materializada en cada tronco, cada rama y demás escombros que alcanzaba. Uno siempre percibe a la muerte como ajena, nunca se piensa en la propia, hasta que se ve de cerca. Y vaya que no solo la vi, la sentí llegar lentamente en cada golpe y la saboreé en cada trago de agua puerca, quería abrir los ojos, pero en el constante hundirme y salir a superficie, solo me resumía a tratar de no soltarme más y seguir respirando.
En el transcurso algo se enredó en mis pies, tal vez la maleza en el fondo; y me hundí sin resistencia, sin fuerzas. Sentí muy dentro de mí que era el fin, pues a pesar de que la misma corriente me hizo soltarme de lo que me sostenía por los pies, ya no podía más. Me abracé a un último tronco, pude abrir un poco los ojos en ese instante y lo único que recuerdo haber visto, son los colmillos dentro de las enormes fauces de alguna bestia que me tragaba de un bocado y oscurecía por completo mi alrededor. Sentí mucho temor de que aquello, de pronto comenzara a masticar y a engullir poco a poco mí ser, pero solo fue un viaje largo y raro, apretado entre aquellas fauces, pero sin lastimarme, respirando como si estuviera en una burbuja de aire en medio del agua. No se veía nada, solo sentía el movimiento ondulatorio del nado de aquello que me llevaba en su boca.
No creo en monstruos o bestias como los dragones, pero ¿Cómo explicar lo que me estaba ocurriendo? ¿Sería que nada de esto estaba pasando? ¿Sería solo un delirio antes de la muerte? Y tratando de darme una respuesta, la debilidad y el sueño me vencieron.





III

Me despertó un canto raro, no tan lejano, pero tenue. Poco a poco mis ojos se acostumbraron a la claridad, el interior de un chamizo de tarro con techo de palma y el dolor de un cuerpo totalmente maltratado me daban los buenos días. El clima era fresco y el olor de lo que se cocinaba en una olla sobre una hoguera provocó una fiesta en mi estómago. Las tripas me gruñían de hambre.
Me levanté despacio y con mucho trabajo del petate donde me encontraba, hasta quedar sentado; recordé mis días de sparring. Quité la manta que me cubría y me descubrí desnudo, empapado de algún líquido viscoso, con restos de yerbas y olor desagradable. Rápidamente busqué por todas partes de mi intimidad alguna rara sensación, mas todo estaba bien y en su lugar. De nuevo me envolví en la manta, me puse en pie y caminé despacio hasta la puerta. Entonces la vi. Cantaba en un extraño lenguaje, de espaldas, de brazos abiertos y cara a las alturas. Hermosa y brillante piel morena, una cascada de cabellos negros hasta la cintura, desnuda y descalza. Aquello era el paraíso. -Seguramente estoy muerto y ella es un ángel a mi cuidado -pensé.
Afuera había una gran selva, de un verde magnífico difícil de explicar. Frondosos árboles que el viento mecía delicadamente. Algo transmitían en su vaivén; algo como la paz, como cierta felicidad. Animales de tierra y cielo por todos lados. Un lago enorme.
Algo de pronto me hizo recapacitar: -Yo no soy en realidad el tipo de persona que llegaría directo a ese lugar después de la muerte. Siendo sincero,  esperaría oler el azufre y escuchar los gritos de tormento. Pero si no es el paraíso, ¿Dónde me encuentro?
Con mucho bochorno, aguantando el pudor y la dolencia, caminé hasta donde se encontraba este ser y con la yema de mis dedos toqué uno de sus hombros, la sensación fue rara, como tocar el barro suave en una alfarería. Cuando volteó hacia mí, pude mirar sus ojos negros con ese brillo azul marino a contra luz. Reafirmé su belleza y me quedé estático, estúpidamente nervioso ante su desnudez húmeda y fresca; ante aquella mirada cálida y penetrante; ante esa sonrisa dulce que me decía:
-Bienvenido a casa hijo mío.
-¿Quién eres? -pregunté-¿Dónde me encuentro?
-Yo soy la fertilidad. Soy el principio y el fin. Soy tu madre y haz llegado hasta aquí para renacer de mí. Yo soy la Tierra -dijo- la Madre Tierra.





IV

La nostalgia abordó mí ser y con el pensamiento regresé en el tiempo, recordando al abuelo, el viejo sabio de ojos serenos, de huarache y pantalón de manta. Que después de una larga jornada de trabajo, llegaba a su jacal los fines de semana, prendía la fogata y asaba los elotes, producto de su siembra. Llamaba a todos sus nietos a sentarnos junto a él, forjaba un tabaco y comenzaba su narración maravillosa. Historias que pasando de generación en generación, llegaban en ese instante hasta nuestros oídos, después de un largo viaje. Y entre esas historias, había una en particular sobre un antepasado, que hasta ese momento llegué a comprender…

 “…Una vez, cuando aquel lejano antepasado era joven aún, andando de caza, se fue internando cada vez más en la selva, alejándose de zona conocida, obsesionado por cazar a un venado que seguía y que no dejaba de moverse después de un par de horas. Tal fue su descuido por aquel animal, que de pronto se sorprendió perdido. Todo era árboles y monte desconocido, nada familiar. Cuando quiso ubicar de nuevo al venado, tampoco lo encontró y comenzó a caminar, hacia donde su instinto y experiencia le indicaban, que era la salida de aquella maleza.
Caminó por un largo rato, sudando a mares, debido al fuerte calor que hacía, hasta que se dio cuenta de que siempre llegaba al mismo tronco marcado por su machete. Estaba caminando en círculos. Checó su aguaje. No quedaba más agua y los mosquitos eran insoportables. Decidió tomar otra dirección, pero fue inútil, seguía llegando al mismo lugar. Ya cansado, entre maldiciones reclamó, gritando hacia todos lados, a quién o lo que fuera que le estaba jugando una broma tan pesada. De inmediato, escuchó unos pesados pasos desquebrajar la hierba y ramas secas del suelo, cada vez más cerca, abriéndose paso entre la maleza.
Al oír esto, el joven preparó su rifle y se escondió tras el tronco del árbol más grande y cercano, al asomarse, buscando contacto visual con lo que fuese aquello, no creía lo que veía. Ante él apareció un hombre de taparrabo, de gran tamaño y fortaleza; lanza en mano, perfil indígena. Su piel morena rojiza, estaba  cubierto de líneas de tierra o tizne color blanco, que formaban figuras por todo su cuerpo. Su cara tenía un aspecto duro. Un aro había en su nariz. En sus orejas tenía perforaciones, rellenas con objetos cónicos y circulares de piedra y barro. El cabello trasquilado, con partes de largo sostenido en trenza. Su cuello portaba collares brillantes y coloridos. Era un gigante que le doblaba la estatura. El cazador quedó inmóvil.  Involuntariamente su mano derecha soltó el rifle. De pronto quiso reaccionar con intención de sacar el machete, pero el gigante estiró la mano y le ofreció un aguaje con agua fresca, el joven lo recibió y bebió hasta dejarlo sin una gota. Aquel ser dio media vuelta y comenzó a caminar, al notar que el cazador no lo seguía, volteó y con la mirada le señaló que emprendiera el camino detrás de él. Sin saber realmente por qué, así lo hizo.
Se internaron en una cueva y caminaron cerca de una  hora más, la piedra en la punta de la lanza del gran hombre parecía tener luz propia y con ella se alumbraba el camino. El ambiente se refrescaba a cada paso. En las paredes podía contemplarse algún tipo de pintura rupestre, formas de animales y gente, esculturas raras e ídolos saliendo de la roca, manos grabadas y símbolos que el joven no comprendía.
Al final del pasaje todo era claridad y frescura, fue como salir a un mundo completamente diferente. Un sol cálido. Había animales de todo tipo, ¡Demonios! El abuelo obsesionado con un venado y ahí había cientos de ellos. Árboles que parecían tocar el cielo, un cielo totalmente limpio, frutos enormes y en gran cantidad; entre la arboleda, pirámides, gente y más pirámides; una gran plaza y chozas a la orilla de un lago enorme y cristalino, multitud de animales marinos de colores brillantes. Aves con plumaje multicolor abrían las alas y cantaban sus trinos. Más hombres y más mujeres, grandes y de piel morena, como aquel al que siguió hasta allí. Todos mirándole curiosos.
La multitud comenzó a abrir paso a quien parecía ser el anfitrión, que avanzaba poco a poco hasta llegar al frente. No era él, era ella. Al parecer, la misma que se encontraba ahora frente a mí.
El abuelo cuenta que aquel joven cazador regresó a su hogar con una conciencia más clara del mundo y su naturaleza, logrando comprender el por qué, desde nuestros antepasados, se enseña que cada vez que se siembra, se cosecha, se caza o se toma algo de la naturaleza, debía pedirse antes permiso a La Madre Tierra y consumado el hecho, dar las gracias, no por reverencia o idolatría, sino por respeto a quien nos da vida, casa y comida”.





V

Pasé varios días en ese lugar, hasta que sané por completo. La Madre Tierra me despidió una mañana,  enviándome de nuevo a casa dentro de una serpiente gigante, la misma que me había traído hasta este lugar. Entré al lago y cuando el agua llegaba por encima de mi cintura, la bestia abrió sus enormes fauces para colocarme dentro de ella. Se sumergió en el lago y de pronto, como si pasase un agujero de gusano2, en unos minutos ya me encontraba en la orilla del rio Cazones, todavía crecido. Como si en realidad solo hubiese estado ausente de esta realidad unas cuantas horas.
Me dejó frente al fraccionamiento Las Gaviotas, desde ahí le miré alejarse, nadar un poco sobre la superficie del rio y después hundirse. Supe después por las noticias que no fui el único que vio este espectáculo.
La mitad de la Calle del Río había desaparecido. Las calles estaban repletas de lodo y suciedad, daba tristeza ver a las personas sucias, tratando de rescatar algo de sus pertenencias, todo lo que con esfuerzo habían podido obtener a lo largo de los años, lo habían perdido en unos cuantos días en todo el estado.

“Aquella mujer me enseñó que somos tan solo una pequeñísima parte de un gran sistema. Que el ser humano, sin dar cuenta de ello nace, crece y muere buscando el bien material, el avance tecnológico, la vida eterna, el perfeccionismo inexistente; buscando maneras de justificar su existencia y realmente observando muy poco más allá de su nariz.
Me explicó que las antiguas civilizaciones no desaparecieron, como se piensa. Fueron pueblos enteros elegidos, con un gran conocimiento de la naturaleza y el equilibrio que guarda cada cosa de este universo; para ser resguardados hasta aquel lugar en las entrañas del planeta. Y que solo esperan el día en que el hombre que vive en el exterior, termine con su propia existencia, para salir y volver a poblar la tierra. A renacer, como yo”.


2Física. Puente de Einstein-Rosen. Hipotética característica topológica de un espacio-tiempo, descrita en las ecuaciones de la relatividad general, que esencialmente consiste en un atajo a través del espacio. https://es.wikipedia.org/wiki/Agujero_de_gusano

LA ADVERTENCIA DE LA LLORONA

LA ADVERTENCIA DE LA LLORONA

Con todo respeto,
cuento dedicado para mis amigos:
La Familia Santiago López.
F.A.R.S.

El despertador del celular sonó puntual a las 3:40 de la mañana, aún sin abrir los ojos, entre la oscuridad de su cuarto, Dulce estiró la mano hacia él y lo silenció. Se revolcó entre las sábanas y dio un último estirón de piernas y brazos, talló enérgicamente sus puños contra sus ojos y lanzó un bostezo largo y profundo, miró hacia la cama de a lado, Doña Mago, su mamá, seguía durmiendo. Como cada lunes salió de su cuarto y tocó la puerta del contiguo.
¡Toc! ¡Toc! ¡Toc!
-Julio, ya es hora
-Sí, ¡Ya voy!
Julio es su hermano menor, joven de 25 años. Él es el encargado de manejar el automóvil de modelo antiguo hasta el Parador Urbano de Poza Rica, para dejar a su hermana Dulce, la cual toma cada lunes el autobús de las 05:00 de la mañana, en el que recorrerá 62.4 Km hacia el municipio de Coxquihui, dentro del estado de Veracruz.
Julio compartía el cuarto con otra hermana, mayor que él y menor que Dulce, Liz era su nombre. Los tres hermanos, como dice el dicho sobre los dedos de la mano, no compartían a veces la misma forma de pensar y de pronto entraban en diferencias y discusiones a causa de ello. La noche del domingo, durante la cena, hubo una de esas discusiones, pero esta, a diferencia de anteriores, tuvo un exceso de ofensas y amenazas, de tal tamaño que su madre, acabó por soltar en llanto y levantarse de la mesa sin cenar, dejándolos en su pequeña gran guerra entre su misma sangre.
Toda la rutina de los lunes por la madrugada se llevó acabo con normalidad, Dulce se aseó, se cambió, se pintó, etc. Julio por su parte, se lavó la cara y los dientes, se acomodó un apretado pantalón de mezclilla y un jersey de los Cowboys de Dallas, que ese mismo año (1996), meses antes, habían ganado el Super Bowl; claro, sin olvidar también la cachucha con el logo del mismo equipo de futbol americano.
-Ya son las 04:10 Dulce, apúrate, voy mientras a calentar el motor del carro. Este es el último lunes que te llevo eh, así que vete haciendo a la idea de viajar en taxi a partir de la siguiente semana, ya se te acabó tu hermanito buena onda.
-Ok, ya casi estoy lista; y no te preocupes, te iba a sugerir lo mismo, no quiero deberle nada a nadie y menos a ti y a Liz. Ah, y ya estaría bien que te vayas consiguiendo un trabajo para que comiences a aportar algo a la casa donde vives y hacerte merecedor de lo que te tragas y el techo donde duermes antes de opinar algo como anoche.
Hasta aquí esta historia pareciera muy común, mas te recomiendo no dejar de leer, ya que lo que a continuación narraré, apreciado lector, te hará pensar y recordar esas historias y leyendas que alguna vez todos hemos escuchado de boca de los viejos, historias que han pasado de padres a hijos desde tiempos lejanos.
Julio, todavía con el coraje en la cabeza por lo que había escuchado decir a su hermana, salió a encender el carro, bueno, esa era la intención, pero algo lo hizo detenerse a mitad de los escalones, después de abrir el portón a la entrada de su casa. Un grito desgarrador, al parecer de una mujer, estremeció el ambiente, calándole hasta los huesos. Con voluntad propia sus piernas comenzaron a temblar, como cuando se tirita de frio a finales de diciembre. Estático, con la piel erizada por la impresión de un grito de estas características a plena madrugada y a orillas del Río Cazones, no pudo más que intentar tomar aire despacio y llamar a su hermana, pero no fue necesario, cuando volteó hacia atrás Dulce ya estaba en la puerta, igual de impactada que su hermano, también había sido testigo de aquella pena que transmitía aquel grito y también había quedado paralizada de miedo.
Más gritos se dejaron escuchar desde el otro lado del muro de contención que protege al Fraccionamiento Gaviotas del rio.  El grito viajaba lento y tenebroso, con un eco tal cuál se estuviera en medio de las montañas. Como si fuera una película de terror una neblina ligera le daba el toqué maestro al momento.
De pronto Julio salió de aquel trance en el que se encontraba, le dijo a su hermana que se metiera y se apurara, él la esperaría con el carro a cuadra y media, dando la vuelta en la esquina de su calle, en el quiosco, a lado de un pequeño parque.
Conduciendo hasta el lugar pactado y aún parado a lado del parque, calentando el motor del auto, Julio se preguntaba que había sido aquella aberración, ¿La llorona?, ¿Una mujer en peligro?, pero el grito era constante y sufrido, no era nada parecido al grito de alguien que pide ayuda, más bien parecía el dolor desde el fondo de las entrañas de alguien que ha perdido algo o alguien sumamente amado y que clama por recuperarle sin tener éxito ni alivio a  su malestar.
La leyenda de la llorona era hasta ese momento parte de las historias que de niño escuchó, el instrumento de los hermanos mayores para generar miedo a los hermanos menores, un clásico de las fogatas en la playa con los primos, un tema para películas de terror, una fantasía, pero ahora, aún con escalofrío al momento de recordar aquel grito estremecedor, se había convertido en una complicada experiencia que no sabía si pensar y creer, convenientemente, en que tal vez fuera parte de su imaginación; pero Dulce también lo había escuchado, entonces, cómo negar que efectivamente todo había sido parte de la realidad. Jamás había pasado en su vida por algo así, tal vez aquello era una señal, una advertencia, pero ¿De qué?
A las 04:35 llegó Dulce con sus maletas listas, se miraron de esa manera como se miran dos cómplices, sabían que lo que habían escuchado juntos no había sido nada común, pero no se dijeron nada. Camino hacia el bulevar tal vez pasó por su mente comentar algo al respecto, pero otra vez, no dijeron nada, su orgullo y la molestia interna, aún fresca por la pelea de la noche anterior provocó la indiferencia mutua durante el viaje.
Dulce encendió la radio,  se escuchaba “Almohada” en voz de José José, de pronto Julio cambió de estación sin decir “Agua va”, Dulce lo miró enfadada y regresó a la estación anterior
-¡Aso máquina Dulce! vas a hacer que me duerma con esa música
-Tu dedícate a manejar y punto chamaco, yo prendí el radio y voy a escuchar lo que se me pegue la gana, además el carro es mío y de mi mamá
-¿Ya vas a empezar?
Y esa fue la última frase que Dulce escuchó decir a Julio, de pronto, a pleno bulevar, de uno de sus retornos una camioneta grande se atravesó sin precaución, impactándose los dos hermanos con el coche en un costado de ésta. Julio, por instinto dio un volanteo, que no libró el impacto y que menos evitó que la cabeza de Dulce rebotara violentamente contra el parabrisas, dejándola al instante sin sentido, a Julio por su parte, el volante se le incrustó como queriendo atravesarlo en parte del pecho y costado de su cuerpo. El auto, por la inercia del impacto y el giro de las llantas, quedó de cabeza después de dar una vuelta, quedando encima del camellón. La camioneta huyó del lugar, abandonando a las 4:40 am en punto el lugar de la tragedia.
Algún automovilista que pasaría por allí, algún peatón o vecino avisó a la Cruz Roja, la que llegó y rescató los dos cuerpos dentro del auto, Tránsito del Estado retiró la unidad volcada y bueno, los trámites legales y todo el protocolo que en estos casos debe hacerse, se llevó a cabo.
El recuento de los daños en lo que respecta a la salud de nuestros dos accidentados fueron, para Julio, 2 costillas rotas y variadas contusiones y raspones en distintas partes del cuerpo; para Dulce, una frente muy aguantadora, pero con apertura de la misma, se fue a casa con 8 puntadas, la muñeca de la mano derecha fracturada y el dedo meñique de la mano izquierda roto, al igual que su hermano, variadas contusiones y raspones por todo el cuerpo. Así de dañados los dos, pero VIVOS AÚN.
Dos días después del accidente y ya en casa, mientras almorzaban los cuatro integrantes de la familia en silencio, pero un silencio que lejos de ser voluntario y consecuencia de un pleito anterior, en realidad era que nadie sabía qué decir o cómo iniciar una conversación después de lo ocurrido. De pronto Liz, la hermana de en medio, sacó del bolsillo de su camisa lo que parecía una hoja de esas que se le arrancan a los calendarios diariamente, la tomó entre sus manos y rompió el silencio.
-Aquella noche, me quedé despierta cuando se fueron, pero no me levanté de la cama por el miedo que me dio lo que escuché y sé que ustedes escucharon. También ese grito me dejó muda y temblando. No fue algo normal, pero creo que algo así pasa por algo, cuando me levanté la mañana del lunes fue por el timbre del teléfono que no dejaba de sonar, la noticia me golpeó duro, porque a pesar de todas las diferencias que podamos tener y todas las peleas, ustedes son mi sangre, mis hermanos, por los que daría hasta la vida con tal de verlos felices, porque LOS AMO, AMO A ESTA FAMILIA. Sé que estas palabras no suenan para nada iguales a las ofensas de la noche del domingo, por lo cual les pido me disculpen,  pero he de decirles cómo es que llegué a esta parte del cuento. Después de su accidente y después de verlos en el hospital así de mal, al mirarlos llegar a casa la tarde-noche de ayer, fui al calendario y noté que la fecha no se había cambiado desde el domingo. Cuando arranqué las hojas y leí lo que decía en la parte de atrás, la que correspondía al día de la llorona y el accidente, caí en cuenta que las dos cosas que sucedieron no pasaron por nada.
Y bueno, aquí termino esta historia que alguna vez me contaron, cosas más, cosas menos. Y aquí, debajo de este penúltimo párrafo le dejo, amable lector, lo que expresaba de manera escrita el reverso de la hoja del calendario, correspondiente al día 22 de abril de 1996. Usted juzgue, valiéndose de criterio propio, creencias o supersticiones lo que guste. Gracias por su atención.

“Nunca salgas de tu casa sin dar un fuerte abrazo y un beso a tus familiares y seres queridos, diles cuanto los amas cada vez que tengas la oportunidad, recuerda que nadie sabe si esa ocasión será la última vez que los veas”

miércoles, 27 de abril de 2016

SUEÑO 1


SUEÑO 1

         De pronto me encontraba frente a un gran río, o tal vez un brazo de mar, no sé, en realidad es una imagen que recuerdo, pero de esas que no te queda claro qué es lo que ves realmente.  El agua oscura color azul-verdoso me daba la idea de una gran profundidad. Al voltear a la derecha o a la izquierda de la corriente no distinguía el inicio o final de la misma. Yo no veía mi cuerpo, todo lo observaba en primera persona alcanzando a ver solo mi nariz. El cielo era hermoso, lleno de luz y de un azul muy vivo, dos o tres nubes totalmente blancas y un viento fresco levantaba lo que parecía arena frente a mí, también pequeñas olas. Yo no sentía suelo bajo mis pies, era como si volara.
         Desde la orilla, agua adentro una especie de muelle se alargaba hasta una plataforma, donde se levantaba un templo, que también echo de madera, soportaba sobre la parte más alta de su techo a dos aguas una gran cruz de hierro, que a lo lejos, desde donde yo me encontraba, parecía como si atravesara al astro sol por un costado a contra luz.
         La puerta de dos alas de pronto se abrió, pero su interior era oscuro, nada se distinguía, entonces animales de todas las especies aparecían desde la orilla de este muelle, hasta atravesar la entrada del templo, y conforme éstos entraban, por las ventanas laterales salían disparados seres humanos, gente que caía al agua y se hundía como si fuera una vil piedra.
         Hasta que el último animal  entró y la última persona salió por una de las ventanas, la puerta cerró y el agua entonces era roja. Ya no había sol ni cielo ni nubes ni viento ni olas. La cruz ya no estaba.
#ElPapichi

martes, 26 de abril de 2016

¿Sin caballero no hay dama?


¿SIN CABALLERO NO HAY DAMA?


Dos mujeres caminaban por la misma acera, cada una camino contrario a la otra. A la mitad del camino, en el punto donde convergerían sus pasos, éste se estrechaba. Un árbol, ocupando la mitad de la banqueta y un muro dejaban limitado el paso entre ellos para una persona solamente.

Al día de hoy puede observarse todavía la bella rareza natural que se formó desde aquel día:

"Un solo cuerpo de mujer con cuatro brazos, cuatro piernas y dos cabezas; por un lado una espalda unida al musgo de un muro y por el otro, compartiendo el tronco de un árbol como una nueva y rara rama, otra delicada espalda".
#ElPapichi

lunes, 25 de abril de 2016

CUENTO: Los besos de Lucía


LOS BESOS DE LUCÍA
Autor: Francisco A. Reyes Salas

 
Como ver el sol salir del mar por las mañanas, brillante, imponente; dando vida total a todo lo que toca con su luz. Así era mirarla pasar cada mañana al cuarto para las seis. Para Pedro era sagrado el levantarse temprano cada día, reconocer el ritmo apurado de sus pasos y saludarla con un “Buenos días” tímido y casi silencioso, tanto que ella no lo escuchaba y mucho menos lo veía. Desde la oscuridad del interior de su cuarto, asomado en la ventana que daba a la calle, solo la miraba caminar sobre la otra acera y perderse al dar vuelta en la esquina.

Lucía caminaba varias cuadras hasta su trabajo, una fondita, donde se ponía su delantal y realizaba el noble arte de cocinar para alimentar al mundo de gente que pasaba por ahí a lo largo del día. Era portadora de una magnífica belleza, de esas que hay que verles con ojos propios para creerlo.

A Lucía la vida no la trató muy bien que digamos con Doña Bruna y Don Chico, sus padres. Años atrás, vivían y trabajaban en la hacienda de un rico ganadero en el estado de Michoacán, Doña Bruna se dedicaba a la cocina y el quehacer doméstico; Don Chico trabajaba en el cuidado de los animales y el mantenimiento de la hacienda. En ese tiempo Lucía tenía 8 años cumplidos y cuidaba a su hermanito menor de 5 años. Les daban permiso de quedarse en una chocita de madera atrás de la casa grande.

Un día de tempestad, el viento y la lluvia eran demasiados para la humilde choza y en un ventarrón sorpresivo se llevó una parte del techo de lámina, dejando a la familia a merced del ciclón. En un acto de falsa bondad el patrón le ofreció a Don Chico dar asilo por esa noche a sus 2 hijos, pero como no tenía mucho espacio, él y su esposa podrían pasar la noche en el establo. Don Chico aceptó. Esa noche fue la noche más larga y terrible de Lucía.

Lucía y el pequeño dormían en un cuarto, cuando entonces llegó el patrón, tomó a Lucía dormida en brazos y la llevó hasta un cuarto apartado, allí despertó Lucía semidesnuda y sintió como la mirada y las manos ásperas del patrón recorrían sus partes más nobles, al mirar que la niña había abierto los ojos y a punto estaba de gritar, el hombre le propinó una cachetada tal que la noqueó durante el resto del acto infernal que el patrón llevó a cabo sobre su inocente cuerpo, no sin antes alcanzar a rasguñar la madura piel de su cara, dejando una marca al infame.

Al día siguiente, con la cara parchada, el patrón despedía a Don Chico y a su familia de la hacienda sin dar una razón.

Dos años después, luego de que Lucía confesara a su padre la desgracia por la que pasó, Don Chico regresó a la hacienda para asesinar a su ex patrón, arrancándole la vida una mañana cuando salía de la casa grande. La gente del hombre rico lo persiguió a punta de bala, perdiéndole pasando la loma que daba a un monte. Don Chico llegó con su familia malherido, antes de morir pudo advertirles de quienes lo seguían y sugerirles que huyeran lejos de esas tierras.  

Tanto fue lo que anduvo el resto de aquella familia hasta que llegaron al norte del estado de Veracruz, una tierra nueva, donde se explotaba el petróleo hacía no mucho tiempo y que prometía un futuro mejor, aunque a Doña Bruna le había retoñado y crecido con el paso del tiempo un rencor hacia la pequeña Lucía por la muerte de su marido.

Nadie daba trabajo ni ayuda a la mujer y sus 2 huérfanos de padre, hasta que un carnicero, hombre solo, viejo, sucio y mal encarado ofreció dar casa y sustento a cambio de que se le atendiera el quehacer de su casa y se le diera de comer a sus horas; que el hijo menor le ayudara en la carnicería, pero también, como trato aparte quería se le entregara como su mujer a la pequeña Lucía. Doña Bruna aceptó. Pero la entrega de la niña se realizaría hasta que Lucía cumpliera los 18, sin que ella lo supiera.

Y resulta pues que cuando este monigote, Pedro, obrero de 20 años la miraba pasar día a día frente a su ventana, Lucía contaba ya con sus 17 años cumplidos.

El muchacho era víctima de una timidez extrema, sin embargo, el amor hace al más cobarde el más fuerte de los valientes. Resulta que un día de esos decidió juntar suficiente valor y hablarle cuando pasara de regreso a su casa por la tarde noche. Lo hizo, a pesar de esa gran timidez salieron de su boca frases e ideas que robaron durante varios días sonrisas y rubores a la joven Lucía. Después de unos meses los dos tórtolos habían caído bajo las flechas de cupido, pero aún Lucía no había platicado sobre Pedro con su familia y el señor que los mantenía. Se veían por segundos al pasar por la ventana de Pedro y durante media hora los sábados por la tarde-noche que salía antes que sus hermanos y su madre de trabajar. La cita era en un parque del pueblo, donde en aquella media hora se platicaban todo lo que les había pasado en la semana, pero sin un rose, sin un beso. Todavía a Lucía le costaba trabajo aceptar el contacto físico con otra persona después de lo vivido años atrás.

A una semana de cumplir sus 18 años Lucía prometió a Pedro que a la siguiente cita ella daría los besos que pidiera, pues habían decidido escapar y ser felices juntos en algún otro lugar lejos de todo, pero así mismo, Doña Bruna preparaba la entrega de Lucía al carnicero el mismo sábado pactado. Sin querer, su hermano Jorge, que ya tenía 15 años, escuchó el plan macabro de la entrega un día antes de llevarse a cabo. Esa noche Jorge no durmió, tampoco Pedro ni Lucía, aunque cada quién por diferentes razones.

Sucedió que en algún momento Jorge no pudo más con aquella carga y en la carnicería de pronto le reclamó enérgicamente por la desvergüenza e infamia que pretendía al degenerado sesentón. El veterano tomó el cuchillo filetero amenazando al muchacho, pero este había logrado alcanzar un machete, con el cuál, al ser amagado cortó de tajo la mano del carnicero. Jorge salió corriendo con el machete ensangrentado en mano, dejando atrás al manco para alcanzar a Lucía en la fonda. Al llegar éste le contó todo como pudo de rápido y la muchacha, por miedo de que el malvado carnicero pudiera hacerle daño a su amado Pedro al saber de su romance, salió huyendo de la mano de su hermano hacia algún lugar desconocido, sin avisar. Jamás se volvió a saber de ellos por esos territorios.

Doña Bruna fue golpeada y despedida por aquel carnicero, despreciada por la gente que conoció después su denigrante historia. Murió al poco tiempo sola, pidiendo limosna cerca del cambio de vía. Un día después de correr a la mujer, el carnicero fue encontrado muerto en su misma casa, tirado boca abajo, víctima de un infarto fulminante.

Aquel sábado Pedro esperó por varias horas. Al comprender que Lucía no llegaría se marchó creyendo que el amor de su vida lo había engañado, sin embargo, la noticia de lo que había pasado pronto llegó a sus oídos, comprendiéndolo todo.

Desde ese día Pedro dejó de ir a trabajar, ya como indigente visitaba a diario el parque hablando solo y llorando la ausencia de su amada. Cuentan que la última vez que se le vio en el lugar lloró de tal manera que el cielo no quiso dejarlo solo. Gota a gota la lluvia comenzó a humedecer el suelo, arrastrando el enorme volumen de llanto de Pedro y regándolo por todo el parque. De Pedro tampoco se volvió a saber más.

Cuentan que con el tiempo, los árboles que había en el lugar y otros que se han sembrado y crecido en esa tierra mojada por la lluvia y lágrimas de Pedro, no son como cualquier otro. Bajo aquella sombra vegetal, al soplar el viento, algo más que oxígeno ronda el ambiente, algo más que causa que las parejas que cruzan por el ahora llamado Parque Juárez se detengan y se miren a los ojos con el irresistible deseo de besarse apasionadamente.

Los besos del Parque Juárez son tal vez todos aquellos que alguna vez Lucía prometió a su enamorado, besos que no llegaron a los labios de Pedro, pero que tal vez se sigan manifestando hasta el final de los tiempos en cada pareja de enamorados que pasa por aquel lugar.