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viernes, 29 de abril de 2016

LA ADVERTENCIA DE LA LLORONA

LA ADVERTENCIA DE LA LLORONA

Con todo respeto,
cuento dedicado para mis amigos:
La Familia Santiago López.
F.A.R.S.

El despertador del celular sonó puntual a las 3:40 de la mañana, aún sin abrir los ojos, entre la oscuridad de su cuarto, Dulce estiró la mano hacia él y lo silenció. Se revolcó entre las sábanas y dio un último estirón de piernas y brazos, talló enérgicamente sus puños contra sus ojos y lanzó un bostezo largo y profundo, miró hacia la cama de a lado, Doña Mago, su mamá, seguía durmiendo. Como cada lunes salió de su cuarto y tocó la puerta del contiguo.
¡Toc! ¡Toc! ¡Toc!
-Julio, ya es hora
-Sí, ¡Ya voy!
Julio es su hermano menor, joven de 25 años. Él es el encargado de manejar el automóvil de modelo antiguo hasta el Parador Urbano de Poza Rica, para dejar a su hermana Dulce, la cual toma cada lunes el autobús de las 05:00 de la mañana, en el que recorrerá 62.4 Km hacia el municipio de Coxquihui, dentro del estado de Veracruz.
Julio compartía el cuarto con otra hermana, mayor que él y menor que Dulce, Liz era su nombre. Los tres hermanos, como dice el dicho sobre los dedos de la mano, no compartían a veces la misma forma de pensar y de pronto entraban en diferencias y discusiones a causa de ello. La noche del domingo, durante la cena, hubo una de esas discusiones, pero esta, a diferencia de anteriores, tuvo un exceso de ofensas y amenazas, de tal tamaño que su madre, acabó por soltar en llanto y levantarse de la mesa sin cenar, dejándolos en su pequeña gran guerra entre su misma sangre.
Toda la rutina de los lunes por la madrugada se llevó acabo con normalidad, Dulce se aseó, se cambió, se pintó, etc. Julio por su parte, se lavó la cara y los dientes, se acomodó un apretado pantalón de mezclilla y un jersey de los Cowboys de Dallas, que ese mismo año (1996), meses antes, habían ganado el Super Bowl; claro, sin olvidar también la cachucha con el logo del mismo equipo de futbol americano.
-Ya son las 04:10 Dulce, apúrate, voy mientras a calentar el motor del carro. Este es el último lunes que te llevo eh, así que vete haciendo a la idea de viajar en taxi a partir de la siguiente semana, ya se te acabó tu hermanito buena onda.
-Ok, ya casi estoy lista; y no te preocupes, te iba a sugerir lo mismo, no quiero deberle nada a nadie y menos a ti y a Liz. Ah, y ya estaría bien que te vayas consiguiendo un trabajo para que comiences a aportar algo a la casa donde vives y hacerte merecedor de lo que te tragas y el techo donde duermes antes de opinar algo como anoche.
Hasta aquí esta historia pareciera muy común, mas te recomiendo no dejar de leer, ya que lo que a continuación narraré, apreciado lector, te hará pensar y recordar esas historias y leyendas que alguna vez todos hemos escuchado de boca de los viejos, historias que han pasado de padres a hijos desde tiempos lejanos.
Julio, todavía con el coraje en la cabeza por lo que había escuchado decir a su hermana, salió a encender el carro, bueno, esa era la intención, pero algo lo hizo detenerse a mitad de los escalones, después de abrir el portón a la entrada de su casa. Un grito desgarrador, al parecer de una mujer, estremeció el ambiente, calándole hasta los huesos. Con voluntad propia sus piernas comenzaron a temblar, como cuando se tirita de frio a finales de diciembre. Estático, con la piel erizada por la impresión de un grito de estas características a plena madrugada y a orillas del Río Cazones, no pudo más que intentar tomar aire despacio y llamar a su hermana, pero no fue necesario, cuando volteó hacia atrás Dulce ya estaba en la puerta, igual de impactada que su hermano, también había sido testigo de aquella pena que transmitía aquel grito y también había quedado paralizada de miedo.
Más gritos se dejaron escuchar desde el otro lado del muro de contención que protege al Fraccionamiento Gaviotas del rio.  El grito viajaba lento y tenebroso, con un eco tal cuál se estuviera en medio de las montañas. Como si fuera una película de terror una neblina ligera le daba el toqué maestro al momento.
De pronto Julio salió de aquel trance en el que se encontraba, le dijo a su hermana que se metiera y se apurara, él la esperaría con el carro a cuadra y media, dando la vuelta en la esquina de su calle, en el quiosco, a lado de un pequeño parque.
Conduciendo hasta el lugar pactado y aún parado a lado del parque, calentando el motor del auto, Julio se preguntaba que había sido aquella aberración, ¿La llorona?, ¿Una mujer en peligro?, pero el grito era constante y sufrido, no era nada parecido al grito de alguien que pide ayuda, más bien parecía el dolor desde el fondo de las entrañas de alguien que ha perdido algo o alguien sumamente amado y que clama por recuperarle sin tener éxito ni alivio a  su malestar.
La leyenda de la llorona era hasta ese momento parte de las historias que de niño escuchó, el instrumento de los hermanos mayores para generar miedo a los hermanos menores, un clásico de las fogatas en la playa con los primos, un tema para películas de terror, una fantasía, pero ahora, aún con escalofrío al momento de recordar aquel grito estremecedor, se había convertido en una complicada experiencia que no sabía si pensar y creer, convenientemente, en que tal vez fuera parte de su imaginación; pero Dulce también lo había escuchado, entonces, cómo negar que efectivamente todo había sido parte de la realidad. Jamás había pasado en su vida por algo así, tal vez aquello era una señal, una advertencia, pero ¿De qué?
A las 04:35 llegó Dulce con sus maletas listas, se miraron de esa manera como se miran dos cómplices, sabían que lo que habían escuchado juntos no había sido nada común, pero no se dijeron nada. Camino hacia el bulevar tal vez pasó por su mente comentar algo al respecto, pero otra vez, no dijeron nada, su orgullo y la molestia interna, aún fresca por la pelea de la noche anterior provocó la indiferencia mutua durante el viaje.
Dulce encendió la radio,  se escuchaba “Almohada” en voz de José José, de pronto Julio cambió de estación sin decir “Agua va”, Dulce lo miró enfadada y regresó a la estación anterior
-¡Aso máquina Dulce! vas a hacer que me duerma con esa música
-Tu dedícate a manejar y punto chamaco, yo prendí el radio y voy a escuchar lo que se me pegue la gana, además el carro es mío y de mi mamá
-¿Ya vas a empezar?
Y esa fue la última frase que Dulce escuchó decir a Julio, de pronto, a pleno bulevar, de uno de sus retornos una camioneta grande se atravesó sin precaución, impactándose los dos hermanos con el coche en un costado de ésta. Julio, por instinto dio un volanteo, que no libró el impacto y que menos evitó que la cabeza de Dulce rebotara violentamente contra el parabrisas, dejándola al instante sin sentido, a Julio por su parte, el volante se le incrustó como queriendo atravesarlo en parte del pecho y costado de su cuerpo. El auto, por la inercia del impacto y el giro de las llantas, quedó de cabeza después de dar una vuelta, quedando encima del camellón. La camioneta huyó del lugar, abandonando a las 4:40 am en punto el lugar de la tragedia.
Algún automovilista que pasaría por allí, algún peatón o vecino avisó a la Cruz Roja, la que llegó y rescató los dos cuerpos dentro del auto, Tránsito del Estado retiró la unidad volcada y bueno, los trámites legales y todo el protocolo que en estos casos debe hacerse, se llevó a cabo.
El recuento de los daños en lo que respecta a la salud de nuestros dos accidentados fueron, para Julio, 2 costillas rotas y variadas contusiones y raspones en distintas partes del cuerpo; para Dulce, una frente muy aguantadora, pero con apertura de la misma, se fue a casa con 8 puntadas, la muñeca de la mano derecha fracturada y el dedo meñique de la mano izquierda roto, al igual que su hermano, variadas contusiones y raspones por todo el cuerpo. Así de dañados los dos, pero VIVOS AÚN.
Dos días después del accidente y ya en casa, mientras almorzaban los cuatro integrantes de la familia en silencio, pero un silencio que lejos de ser voluntario y consecuencia de un pleito anterior, en realidad era que nadie sabía qué decir o cómo iniciar una conversación después de lo ocurrido. De pronto Liz, la hermana de en medio, sacó del bolsillo de su camisa lo que parecía una hoja de esas que se le arrancan a los calendarios diariamente, la tomó entre sus manos y rompió el silencio.
-Aquella noche, me quedé despierta cuando se fueron, pero no me levanté de la cama por el miedo que me dio lo que escuché y sé que ustedes escucharon. También ese grito me dejó muda y temblando. No fue algo normal, pero creo que algo así pasa por algo, cuando me levanté la mañana del lunes fue por el timbre del teléfono que no dejaba de sonar, la noticia me golpeó duro, porque a pesar de todas las diferencias que podamos tener y todas las peleas, ustedes son mi sangre, mis hermanos, por los que daría hasta la vida con tal de verlos felices, porque LOS AMO, AMO A ESTA FAMILIA. Sé que estas palabras no suenan para nada iguales a las ofensas de la noche del domingo, por lo cual les pido me disculpen,  pero he de decirles cómo es que llegué a esta parte del cuento. Después de su accidente y después de verlos en el hospital así de mal, al mirarlos llegar a casa la tarde-noche de ayer, fui al calendario y noté que la fecha no se había cambiado desde el domingo. Cuando arranqué las hojas y leí lo que decía en la parte de atrás, la que correspondía al día de la llorona y el accidente, caí en cuenta que las dos cosas que sucedieron no pasaron por nada.
Y bueno, aquí termino esta historia que alguna vez me contaron, cosas más, cosas menos. Y aquí, debajo de este penúltimo párrafo le dejo, amable lector, lo que expresaba de manera escrita el reverso de la hoja del calendario, correspondiente al día 22 de abril de 1996. Usted juzgue, valiéndose de criterio propio, creencias o supersticiones lo que guste. Gracias por su atención.

“Nunca salgas de tu casa sin dar un fuerte abrazo y un beso a tus familiares y seres queridos, diles cuanto los amas cada vez que tengas la oportunidad, recuerda que nadie sabe si esa ocasión será la última vez que los veas”

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